Creciendo aquí y allá

Por Oriana García Rodríguez/ @origgr

Hace 8 años que vivo en Santiago de Chile, con tan sólo 9 años de edad emprendí un viaje en el que observé por 7 horas de vuelo las lágrimas y la pena de mi madre. Hoy estoy empezando mis estudios universitarios y a pesar de que casi he pasado la mitad de mi vida fuera de Venezuela, logro entender y sentir la tristeza e impotencia de mi madre cuando migramos, y no sólo la de ella, sino también de cientos de familias que sé que en este momento deben sentirse identificadas.
Todo este tiempo que he pasado fuera, no he dejado de añorar las lindas playas que me vieron hacer arepas de arena, los juegos de dominó frente a las casas durante las tibias noches, nuestras ricas frutas e incluso quemarme con el queso caliente de un tequeño recién hecho. Es increíble que a pesar de estar pasando grandes momentos de mi juventud en donde resido, siga sintiendo que una parte de mi sigue allá, alimentándose del calor y la magia que sólo una tierra como la nuestra puede irradiar.
Sin embargo, por todo esto es que no logro comprender como día a día se va decayendo el país, como unos han sido capaces de sumergir una generación a costa de manipulaciones, como se han dividido amigos y hogares, y como un gran puñado ha tenido que salir de su tierra en busca de seguridad para sus hijos.
Quisiera verme dentro de varios años contándoles a mis hijos con orgullo de donde proviene parte de su historia, quisiera llevarlos a la playa y hacer arepitas de arena tal cual como mis padres lo hicieron conmigo, quisiera mirarlos a los ojos y decirles que sí, que fuimos capaces de unirnos, de querernos y juntar fuerzas para reconstruir aquella Venezuela mágica que siempre ha existido.
¡Está en nuestras manos, cada grano de arena es indispensable!

 

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